Cada mañana, miles de personas reanudan la búsqueda
inútil y desesperada de un trabajo. Son los excluidos, una categoría nueva que
nos habla tanto de la explosión demográfica como de la incapacidad de esta
economía para la que lo único que no cuenta es lo humano”.
Ernesto Sábato
La cifra de más de seis millones de
parados que, de cuando en cuando, nos recuerdan los medios de comunicación,
dice tanto como oculta. Muestra una realidad desde muchos puntos de vista: sociológica,
económica y políticamente. Pero hay detrás de ese dato hay otra realidad, no cuantificable,: la
realidad del sufrimiento humano. La que no aparece en las estadísticas.
Cada mañana, al despertarnos, miles de personas nos preguntamos: “¿Será
éste el día en que me llamarán por teléfono para realizar una entrevista de
trabajo? ¿Será éste el día en que encontraré en la bandeja de entrada de mi
correo electrónico una respuesta de alguna de las muchas empresas a las que he
enviado mi currículum? ¿Será éste el día en que me toparé con alguna oferta de
empleo digno en alguna página de búsqueda de trabajo?”.En Castellar es todo muy
simple ir al Ayuntamiento para preguntar ¿si van a empezar las obras de la rehabilitación
de las casas? Leer en el panel de la puerta por si hubiera algo, tomar café en
los bares de la plaza intentando oir alguna noticia de trabajo, solo queda ir
a la Almoraima y preguntar a Pepe Rojas o algún empleado de la oficina si hay
alguna faena próximamente. Pero ese día nunca llega.
¿Pero qué ocurre cuando tras largos, eternos meses de búsqueda no consigues
nada? No solamente te sientes como si estuvieras en una travesía por el
desierto si no que ganarte la vida por
tus propios medios más bien parece un regalo divino antes que un derecho, como
nos dijeron que era.
El tiempo va marchando sin cesar y con él las ilusiones y las expectativas
se van perdiendo por el sumidero. Parece como si cada día que pasa jugara en tu
contra. Porque la paciencia también tiene límites. “¿Hasta cuándo durará esta
condena? ¿Seré capaz de salir algún día de esta situación?”, te preguntas.
Un buen día el teléfono suena y una señorita con voz resuelta y clara te
emplaza a una entrevista para un puesto de trabajo como comercial. Piensas que
las horas que has invertido enviando currículos han dado al menos algún fruto.
Confirmas tu asistencia a la entrevista aunque sin saber muy bien en qué
consiste el trabajo en cuestión, pues, como consecuencia de la desesperación y
de las ganas de poder encontrar un empleo, a veces acabas apuntándote a todo
tipo de ofertas sin apenas conocer las condiciones.
Al día siguiente acudes a tu entrevista con traje y corbata y la mejor de
tus sonrisas, preocupado ante todo por causar una buena impresión inicial en la
retina de tus entrevistadores. Tardas pocos minutos en venirte abajo, cuando te
das cuenta de que aquel trabajo al que estás aspirando no es sino otra estafa
mayúscula entre las muchas que pululan por ahí: los jefazos de la empresa
pretenden que vayas de puerta en puerta por medio mundo promocionando no sé qué
producto sin pagarte a cambio ningún sueldo fijo. “¿Se están riendo de mí?”,
piensas. Te marchas de la entrevista con cara de imbécil, llegas a tu casa y te
sientes hundido.
Los días siguen pasando. Escribes cientos de correos a empresas de todo
tipo: te ofreces como reponedor, como dependiente, como teleoperador, jornalero , como cuidador de mascotas… Te
recorres todas las calles de la ciudades
del Campo de Gibraltar dejando copia de
tu currículum en todos los lugares que puedes. Nada surte efecto. La sensación
no puede ser más desalentadora: “¿Hay un lugar para mí en la sociedad?”, es la
pregunta que te haces una y otra vez
Cuánta injusticia más somos capaces de soportar? ¿Qué más tendría que
ocurrir para que quienes tienen responsabilidad desde las instituciones,
reaccionen y corrijan de inmediato las políticas profundamente erráticas que
nos han llevado hasta semejante abismo?
El drama del desempleo va mucho más allá de la circunstancia, ya por sí
misma dolorosa, de condenar al desempleado a la precariedad material o la
pobreza solemne. Ese drama incluye un aspecto igualmente preocupante pero no
suficientemente puesto de manifiesto: el desgaste psicológico.
El no tener un medio con el cual ganarse el pan repercute directamente en
la autoestima del desempleado. Este tiene la sensación de no ser una persona
“útil” para el conjunto de la sociedad en la que vive al no poder contribuir,
con su fuerza de trabajo, a la generación de riqueza, puesto que no puede
incorporarse en el sistema productivo. Las largas horas del día tratando de
ocupar el tiempo en actividades más o menos enriquecedoras no ayudan a paliar
esa sensación puesto que, en las condiciones actuales de nuestro sistema,
percibir un salario a cambio de una actividad mínimamente reglada es la forma
común de lo que conocemos como “trabajo”, una parte fundamental de nuestro ser
como ciudadanos y como personas. La propia búsqueda de trabajo se llega a convertir
en una rutina terrible que enfrenta al desempleado a sus propios fantasmas,
traumas y frustraciones de manera permanente, un día tras otro de su
existencia.
Los motivos para el optimismo no parecen demasiados. Podríamos sentirnos
tentados a maldecir los tiempos que nos han tocado, pero no valdría para nada.
En esta dificultad para vivir tenemos, la necesidad de buscar apoyos para
la propia supervivencia y para ello hay que realza la importancia de valores tan venerables como
el amor, la amistad, la generosidad, la benevolencia, sobre los que se
construyen los lazos sociales.
“¿Qué podemos hacer?”, nos
preguntamos. Seguir en la búsqueda de empleo y buscar apoyos allí donde podamos
encontrarlos. Tratar de no desfallecer. Sumarnos a los movimientos que creamos
justos. Denunciar las iniquidades del sistema. Cultivarnos como personas.
Ampliar nuestra formación. Enriquecer nuestro tiempo con actividades que nos
aporten conocimiento y bienestar.
Apenas nos queda esperanza, pero sin esperanza difícilmente podríamos
encontrar arrestos para afrontar la vida. Ahí fuera, en ese mundo inmenso que
nos devora y nos abraza, que nos asusta y nos sorprende, está aguardándonos
otra oportunidad, un nuevo día que nos deparará algunas cosas inesperadas y,
siempre, el deseo de seguir luchando. Luchar para vivir, vivir amando, amar
para seguir luchando. Luchar, amar y vivir: esa es nuestra tarea.
En momentos de crisis como el que atravesamos, urge
más que nunca señalar la importancia de esos lazos sociales para salvaguardar
la dignidad de la vida humana, frente a todos aquellos que, de un modo u otro,
pretenden denigrarla. Se trata de tejer una tupida red de cooperaciones y
solidaridades entre grupos y personas capaz de construir un frente de
resistencia contra los embates que todavía han de venir, en Castellar tenemos
que unirnos para sacar adelante a nuestras familias, y para ello el único recurso
que tenemos es el Medio Natural-
Muy buen artículo. La Aulaga se supera cada día.
ResponderEliminarAhi le habeis dado a mas de uno menos a la Almoraima, La Almoraima tiene tierra de sobra sin cultivar TOMEMOS ESAS TIERRAS Y A TRABAJARLAS
ResponderEliminarBUENA INICIATIVA DEL ALCALDE PENSANDO EN EL FUTURO CREAR UN CURSO DE CAMREROS PARA EL POSIBLE HOTEL, FALTA YA DE JARDINERO,OTROS MAS PARA IR PREPARANDO LA GENTE QUE QUIERE PROGRESAR LA EN LA VIDA Y NO VIVIR EN EL PASADO O MALVIVIR.
ResponderEliminarUN SALUDO Y FELIZ FERIA